miércoles, 14 de mayo de 2008

Los laberintos madrileños

Madrid Laberinto XXI, la obra revelación


El pasado viernes fui a ver una obra de teatro en la Sala Mirador, en pleno Lavapiés: Madrid Laberinto XXI. No tenía ninguna referencia de lo que iba a ver, pero me invitaban, y no opuse resistencia.

Era una obra de teatro joven, con actores jóvenes, con muchas ganas jóvenes, pero con poquitas ideas jóvenes. Siempre caigo en la misma trampa; me llevan a ver obras contemporáneas que no hay por dónde cojerlas. Son mucho menos modernas que las clásicas de Lope y compañía.

Y es que llevamos toda la vida hablando de lo frustrante que es vivir en una ciudad como Madrid, de lo solos que estamos todos, de las contradicciones de nosotros con nosotros mismos, con los demás y con la ciudad, de lo asfixiante de la vida y del desamor... en fin, solo de recordarlo me entra una pereza elevada al número neperiano partido por raíz cuadrada de 33.

Los aspirantes a actores se esforzaban, y alguno incluso se acercaba al concepto de su personaje, pero es que el problema era el texto. ¿Cuándo vamos a dejar de hacer textos contemporáneos sufrientes y de mal rollo? Vale que la vida hoy en día es muy puñetera, pero no menos que hace un siglo. Este victimismo generacional empieza a resultar muy monótono y nada constructivo.

Sobre todo, creo que hemos caído en un bucle sin final, en el que nos repetimos una y otra vez las mismas cosas. Las conversaciones de los jóvenes son siempre las mismas, las obras de teatro, las películas, los libros, los informativos... Bien, la cultura tiene que reflejar nuestra realidad social. Pero lo puede hacer de mil formas, como por ejemplo a través del humor, del sarcasmo, del cinismo, de la sutileza. Y he aquí la clave del asunto. Esta obra tan pretenciosa que se queda en obra de instituto no es sutil. Todo nos lo cuenta, nos lo explica, nos lo da masticado.

Y es algo que a muchos nos disgusta. Si no te dejan un espacio de reflexión para completar en tu interior la obra que estás viendo, ésta carece de interés. Todo se lo dicen ellos, no hay nada con dobles sentidos o con un fondo más profundo. Tanta hondura y trascendencia deja sin contenido a la obra. Es paradójico, pero es así.

Vamos a intentar volver a obras frescas y sencillas que reflejen realidades más complejas, porque eso es lo realmente innovador. Y no hay que olvidar que una de las funciones principales del teatro es entretener, no invocar al suicidio masivo.


0 comentarios: