martes, 2 de septiembre de 2008

Reducción de jornada ya

En la oficina donde trabajo temporalmente, o temporeramente para ser exactos, se entra a las 8 de la mañana. Son las 10 de la mañana y todavía no se ha puesto a trabajar ni cristo. Somos 70 trabajadores del tipo oficinista, y el pasillo es un hervidero constante de tacones, zapatos y barullo prelaboral. Unos bajan sin prisas a por el correo a recepción, y de paso se quedan a chismorrear con la recepcionista. La mayoría se va a desayunar a una cafetería cercana. Otros, los menos solventes, rodean la máquina de café lamentándose del sueño que tienen; lo mismo de todos los días, más que ayer pero menos que mañana.

Las frases hechas se repiten sin tregua; “ayer me acosté tardísimo”, “hasta que no me tomo el café no soy persona”, “cómo se pasa la semana”, etc, etc. Los coqueteos entre oficinistas machos y hembras, no importa de qué edad y condición, no es nueva. Siempre se produce un flirteo como mínimo por año; es casi obligado, incluso exigido por el resto de los miembros de la empresa dispuestísimos al cotilleo para luchar contra las horas de más tedio.

No es hasta pasadas las 10 cuando se empiezan a colocar en sus puestos de trabajo, se acallan las risas, las voces de sueño, el taconeo del pasillo y el ruido de la máquina de café escupiendo sus productos de plástico. Está claro que no se funciona hasta las 10.30 en que ya se ha olvidado el desayuno de las 8 y podemos centrarnos en el trabajo en sí. ¿Por qué entonces se empeñan desde arriba en hacernos entrar a las 8 de la mañana?

Quizá hay gente que esté encantada en tomar su café con los compañeros del trabajo; pero yo daría mucho por entrar dos horas más tarde; así vendría todo el mundo desayunado y despierto, con más ganas de trabajar, porque yo tengo comprobado que cuanto más he madrugado menos rindo. Esto es un hecho. En España nos acostamos más tarde de las 12 invariablemente, so pena de ser un proscrito. Pues entonces, lo lógico sería empezar a trabajar a las 10. Eso sí, sin perder el tiempo –que también es un deporte nacional-. Minimizar las horas de trabajo a cambio de un rendimiento óptimo, y se podría llegar a la jornada de 6 horas laborales por día.

Jefes del mundo: rendíos a la evidencia de lo obsoleto de la jornada partida y completa. Los países nórdicos van por delante en este tema, y algo se nos tiene que pegar.

¿Por qué puedo regatear en unos sitios y en otros no?

Me mirarían fatal en una tienda de ropa si sugiero que esa prenda es más barata de lo que indica el precio, y pido que me hagan una rebaja, sin embargo es de lo más habitual que bajo cuerda los bancos negocien con sus clientes una reducción de la comisión establecida.

Y no me parece serio. ¿En base a qué se hace una rebaja a unos clientes y a otros no? Muchos pensaréis que en base al dinero que tengan. Pero esto sería un despropósito, ya que aunque éstos sean el sustento más apetecible del os bancos, son los que menos falta tienen de hacerles descuento.

El caso es que si yo llego y no conozco de nada al banquero de turno, y le digo que me hagan una rebajita en la comisión de lo que sea, se me cierran en banda poniendo esa típica cara de nohaynadaquehacer, al tiempo que emiten un rechinante suspiro de complicidad como que ellos no tienen la culpa, y también son víctimas del sistema. Qué asco. Y luego llega una pareja a solicitar un crédito, o un empresario vivo, y entre lágrimas y carantoñas, al del banco se le pone cara de tonto, y suelta la mano. Qué indeseables. ¿Qué les dicen en el cursillo de banqueros a domicilio? ¿Que a los más guapos y esbeltos les hagan una pequeña comisión, que viste mucho tener clientela elegante? ¿O es que sale de ellos mismos el tener compasión por los que mejor les caen, y cerrarse a cal y canto con quien les da la gana? Pues no sé qué es peor. Pero me parece una lacra más del sistema actual, una herencia mezquina del usurero español del siglo XVII.