Multitud en el ropero
Ayer fui al Museo Reina Sofía para ver la exposición de Picasso, que, por cierto recomiendo a todo el mundo porque es una maravilla, y me encontré con una situación que ya antes había observado, pero no asimilado.
Y es que en el ropero hay una concentración de mujeres que llama mucho la atención. Nada menos que seis personas se encargan de atender el ropero del Reina Sofía. Y además pillé una conversación entre dos de ellas en la que se referían a una tercera que estaba de baja. Increíble. Hay siete personas vestidas de uniforme entre 45 y 50 años que parlotean sin cesar, ya que no hay trabajo para todas, y que se turnan para fumar de dos en dos.
Yo estudié Historia del Arte, y la verdad, me ofendió esta situación. Creo que es un disparate crear siete puestos de trabajo para un ropero, y dejar de lado otros puestos que serían más necesarios, como el de guías turísticos, coordinadores de sala o investigadores.
viernes, 11 de abril de 2008
Las funcionarias del Reina Sofía
miércoles, 9 de abril de 2008
Vedetes del andén
Las mujercillas ejecutivas van de boda
Hace tiempo que contemplo con estupor el tema del vestuario y maquillaje de las mujeres que van en el metro muy de mañana. Supongo que serán como las demás que van andando o en coche. Pero el hecho de que éstas sean especímenes de metro les da un carácter propio y fascinante.
Me fijo en una de ellas: lleva los ojos enmarcados en negro y cubiertos de sombra azul marino. El pote o máscara facial le ha dejado ronchones por algunas partes de la cara. El rimel parece esparcido desde arriba por equivocación, y está más que espeso. La boca, abierta cada dos por tres debido al sueño considerable -pongamos que haya estado una hora para disfrazar su imagen- está embadurnada de un rojo chillón que asusta a esas horas de la mañana. El pelo bien estirado hacia atrás en una coleta, y el flequillo acusa el gran esfuerzo que se le ha dedicado para dejarlo lacio.
Un traje de chaqueta ciñe el cuerpo de esta mujer ejecutiva, que hace que supongamos que trabaja en un sitio importante, o al menos que les preocupa la imagen de sus trabajadores. Unas medias caladas acaban en unos zapatos negros y puntiagudos de tacón vertiginoso. Los dedos del pie a duras penas intentan escapar y se puede intuir viendo el "escote" del zapato un pliegue arrugado que es el final de los pobres deditos.
Y yo me pregunto, ¿para qué tanto boato? ¿para ir en metro? Siento verdadera curiosidad por el resorte que hace que estas personas madruguen más de lo normal para situarse delante de un espejo, y sin temblarles el pulso empezar a esbozar la que será su cara para el resto de la jornada. Empezará por vérsela en el ascensor su vecino el de abajo, con el que siempre coincide al salir de casa; luego otros tantos la verán en el metro y pensarán, "qué chica más limpia y decente", o "qué mona va, ¿dónde irá?", o "esta pobre se ha puesto como una puerta", (porque estoy segura de que no solo soy yo quien lo piensa). Finalmente la verán en el trabajo, que es donde intuyo que interpretará su papel estelar como vedete principal o secundaria.
Yo a veces lo he intentado, y sinceramente, he llegado a la conclusión de que es inviable el maquillarse por las mañanas. Pero ni un simple colorete. Los ojos están secos, de no dormir, o demasiado húmedos de bostezar tanto. La cara está reponiéndose después de dormir, y estoy segura de que detesta que la pintarrajeen ya desde tan temprano; de ahí que veamos a esas vedetes matutinas con pintura cuarteada, labios a medio rellenar, ojos emborronados por tanto lápiz negro
Algo que hace que me quite el sombrero es el espectáculo de equilibrismo que nos dedican desde sus andamios puntiagudos. Aunque algunas no parece que les quede mucho para perder la compostura y caer al suelo, nunca he visto una escena en este sentido. Suben y bajan las escaleras del metro, que no son nada fáciles, con más o menos dificultad, pero sin perder el rictus de mujer urbana del siglo XXI.
Supongo que a muchos hombres les agradará ver cómo se han esforzado en luchar contra la cara de recién levantadas. Pero sinceramente, creo que pocas nos consiguen engañar con su endomingamiento excesivo y su mirada desdeñosa de mujer fatal.
Ay, ¡qué daño hizo "La mujer de Rojo"!
domingo, 6 de abril de 2008
El Rastro se desborda
El Capricho Extremeño o el arte de hacer tostas No se sabe por qué, pero a los madrileños parece que lo de hacer cola les va. Vamos, que es ver una fila de más de 30 personas, y ahí va a colocarse. "Ahí deben dar algo", pensarán.
Y es que hoy he asistido una vez más a la enorme cola que se monta en el Capricho Extremeño del Rastro de Madrid, para pedir tostas. No es que crea que no merezcan la pena sus tostas, pero la cuestión es que es el único local del rastro que se accede a él pasando por una enorme cola llena de gente variopinta: mucho modernito, pero también señoras de rancio abolengo, parejas de frikis, incluso he visto pasar a un mendigo portando las dichosas tostas.
Todo esto lo contemplaba desde mi posición privilegiada, frente al Capricho, en Casa Lucas. El trasiego de gente que se aventuraba a formar todavía más cola era incesante. Eran las 15.00, y todavía pasaba gente por allí comentando: "¿Esto es una cola?", "Sí, es que aquí dan unas tostas..." Y yo veía pasar a gente con su bandejita y su tostita, y no daba crédito.Sin desmerecer ni mucho menos, insisto, las tostas del Capricho Extremeño, me parece que en absotuto valen media hora de cola de un domingo por la mañana. Señores y señoras de Madrid, por favor, un domingo por la mañana NO SE HACE COLA, eso es para el martes por la mañana en el INEM, o para hacerse el DNI, o para denunciar un robo en una comisaria... El domingo es tan sagrado, que yo no voy a borreguear en una cola aunque regalen oro en quilates.
Sobre todo, que estamos en Madrid, en el centro, y hay muchos bares y muy buenos por todas partes. Increíblemente, si investigamos un poquito, todavía hay algunos de ellos que no están hasta arriba, y te dan también muy bien de comer. También es verdad, que cada vez quedan menos, y que incluso el Capricho, antaño, no reunía tal muchedumbre. Se podía ir a pedir una tosta sin complicaciones, y además me evitaba el mal sabor de boca que me queda simplemente con la contemplación de una cola en mi barrio. Es desalentador.
El Rastro ha cambiado. Se ha puesto de moda en una progresión geométrica equivalente al número de coches que hay en Madrid y al número de personas que salen por las zonas de marcha. Eso está muy bien para todos los negocios que están haciendo caja a mansalva y para las personas que les guste el roce humano, visitar los puestos del rastro empujados por hordas alborotadas o estar en los bares como en el vagón de metro de por la mañana en hora punta. Pero a los que nos gustaba el Rastro en su punto, con la gente adecuada, nos ha hecho una gran faena.
Como no puedo hacer nada para cambiar la situación de colapso, solamente pediría que por favor se dispersen un poquito, y no se aborreguen en un mismo lugar por la fama de éste o por la moda. NO siempre calidad y popularidad van unidos.