miércoles, 17 de noviembre de 2010

Los museos


"...con esto de meter todas las cosas de mérito en los museos de Madrid, se está matando a la provincia que, en definitiva, es el país. Las cosas están siempre mejor un poco revueltas, un poco en desorden; el frío orden administrativo de los museos, de los ficheros, de la estadística y de los cementerios, es un orden inhumano, un orden antinatural; es, en definitiva, un desorden. El orden es el de la naturaleza, que todavía no ha dado dos árboles o dos montes o dos caballos iguales (...): es mucho más grato encontrarse las cosas como por casualidad, que ir a buscarlas ya a tiro hecho y sin posible riesgo de fraude. En fin..."


Camilo José Cela, "Viaje a la Alcarria"

martes, 2 de septiembre de 2008

Reducción de jornada ya

En la oficina donde trabajo temporalmente, o temporeramente para ser exactos, se entra a las 8 de la mañana. Son las 10 de la mañana y todavía no se ha puesto a trabajar ni cristo. Somos 70 trabajadores del tipo oficinista, y el pasillo es un hervidero constante de tacones, zapatos y barullo prelaboral. Unos bajan sin prisas a por el correo a recepción, y de paso se quedan a chismorrear con la recepcionista. La mayoría se va a desayunar a una cafetería cercana. Otros, los menos solventes, rodean la máquina de café lamentándose del sueño que tienen; lo mismo de todos los días, más que ayer pero menos que mañana.

Las frases hechas se repiten sin tregua; “ayer me acosté tardísimo”, “hasta que no me tomo el café no soy persona”, “cómo se pasa la semana”, etc, etc. Los coqueteos entre oficinistas machos y hembras, no importa de qué edad y condición, no es nueva. Siempre se produce un flirteo como mínimo por año; es casi obligado, incluso exigido por el resto de los miembros de la empresa dispuestísimos al cotilleo para luchar contra las horas de más tedio.

No es hasta pasadas las 10 cuando se empiezan a colocar en sus puestos de trabajo, se acallan las risas, las voces de sueño, el taconeo del pasillo y el ruido de la máquina de café escupiendo sus productos de plástico. Está claro que no se funciona hasta las 10.30 en que ya se ha olvidado el desayuno de las 8 y podemos centrarnos en el trabajo en sí. ¿Por qué entonces se empeñan desde arriba en hacernos entrar a las 8 de la mañana?

Quizá hay gente que esté encantada en tomar su café con los compañeros del trabajo; pero yo daría mucho por entrar dos horas más tarde; así vendría todo el mundo desayunado y despierto, con más ganas de trabajar, porque yo tengo comprobado que cuanto más he madrugado menos rindo. Esto es un hecho. En España nos acostamos más tarde de las 12 invariablemente, so pena de ser un proscrito. Pues entonces, lo lógico sería empezar a trabajar a las 10. Eso sí, sin perder el tiempo –que también es un deporte nacional-. Minimizar las horas de trabajo a cambio de un rendimiento óptimo, y se podría llegar a la jornada de 6 horas laborales por día.

Jefes del mundo: rendíos a la evidencia de lo obsoleto de la jornada partida y completa. Los países nórdicos van por delante en este tema, y algo se nos tiene que pegar.

¿Por qué puedo regatear en unos sitios y en otros no?

Me mirarían fatal en una tienda de ropa si sugiero que esa prenda es más barata de lo que indica el precio, y pido que me hagan una rebaja, sin embargo es de lo más habitual que bajo cuerda los bancos negocien con sus clientes una reducción de la comisión establecida.

Y no me parece serio. ¿En base a qué se hace una rebaja a unos clientes y a otros no? Muchos pensaréis que en base al dinero que tengan. Pero esto sería un despropósito, ya que aunque éstos sean el sustento más apetecible del os bancos, son los que menos falta tienen de hacerles descuento.

El caso es que si yo llego y no conozco de nada al banquero de turno, y le digo que me hagan una rebajita en la comisión de lo que sea, se me cierran en banda poniendo esa típica cara de nohaynadaquehacer, al tiempo que emiten un rechinante suspiro de complicidad como que ellos no tienen la culpa, y también son víctimas del sistema. Qué asco. Y luego llega una pareja a solicitar un crédito, o un empresario vivo, y entre lágrimas y carantoñas, al del banco se le pone cara de tonto, y suelta la mano. Qué indeseables. ¿Qué les dicen en el cursillo de banqueros a domicilio? ¿Que a los más guapos y esbeltos les hagan una pequeña comisión, que viste mucho tener clientela elegante? ¿O es que sale de ellos mismos el tener compasión por los que mejor les caen, y cerrarse a cal y canto con quien les da la gana? Pues no sé qué es peor. Pero me parece una lacra más del sistema actual, una herencia mezquina del usurero español del siglo XVII.

viernes, 18 de julio de 2008

Las lesbianas y Parrondo

Al grito de Fachas fachas, las lesbianas la emprendieron con Parrondo y todos sus clientes

Situación. Una amiga asturiana nos invitó a unos cuantos a su cumpleaños. Y eligió el bar Parrondo, porque desde que ella llegó aquí la han tratado muy bien, y aunque sabía que él era un poco facha, nunca ha tenido problemas con él en ese sentido.

El caso es que estábamos fuera tomándonos algo tranquilamente, y la calle se empezó a atestar de lesbianas, periodistas, cámaras y fotógrafos. Yo había leído algo del asunto, pero los demás no sabían nada. Y es que resulta que dos lesbianas se habían besado el día anterior en el Parrondo, y el dueño del bar las había echado de mala manera, con insultos y demás. Él esboza otra versión, lógicamente, diciendo que una se sacó un pecho y la otra se lo chupó, y que fue entonces cuando las echó.

Evidentemente esto no ha sentado bien entre la comunidad homosexual, y habían convocado una manifestación para este mismo día en el que nosotros estábamos allí. Las lesbianas se daban su lote delante del bar, los periodistas intentaban entrar con los ojos brillantes de emoción carroñera, y los manifestantes gritaban facha, facha, facha, y otras cosas similares.

A mí me parece muy bien que se manifieste una comunidad así, y además, nosotros apoyamos esa causa, de hecho uno de nuestros amigos era gay, pero me pareció fuera de lugar que insultasen también a la gente que estábamos dentro. Porque a mí no me conocen de nada como para llamarme facha.

Cuando estábamos fuera y se empezó a revolucionar el personal, llegó un camarero del Parrondo y nos obligó a meternos dentro. Esto no me gustó, pero la del cumpleaños lo consideró necesario, y obedecimos. Pero entonces, ya estaban formados los bandos. Sin quererlo, nos había tocado estar de parte del Parrondo. Y no nos convencía nada el asunto. Al principio, quisimos pagar e irnos, para apoyar a las lesbianas que estaban fuera, claro.

Pero a los que salían les insultaban y pitaban, y francamente, no era plato de buen gusto salir por esa puerta en esos momentos tensos. Y lo que sí era plato de buen gusto eran las tapazas que nos estaban poniendo, que se esmeraron por la tontería de la manifestación, y venga a salir sidrina y chorizito con patatas. Nos sentíamos un poco vendidos, la verdad. Pero bueno, nos lo tomamos con sentido del humor y así pasamos el rato, pensando que nos estaban engordando a tapas para comprar nuestro voto facha.

Lo que quiero reseñar es que yo conocía a dos lesbianas que estaban fuera, y que representan muy bien el concepto que quiero que entendáis. Una era de mi facultad, y siempre ha sido defensora de causas perdidas y nobles. Realmente estaba apoyando algo justo, en lo que creía. La otra es una lesbiana de familia adinerada y simpatizante del PP. Y ésa estaba llamando fachas a los que estábamos dentro.

No digo más.

viernes, 11 de julio de 2008

Los presos a la oficina

Las mentiras e hipocresías sociales, el fraude y la perversión sutil se encuentran contenidas en el más amplio sentido en ciertos ámbitos laborales. Como éste al que me voy a referir: el de los jefes-secretarias-subalternos. Ahora me ha tocado meterme en el papel de secretaria, pero de dirección, ¿eh? Que una no se anda con chiquitas. Y desde este mi puesto, observo, escucho, proceso, y actúo como se espera de mí. No es un trabajo difícil, pero es cansino y a veces, exasperante. Y aquí me quiero detener. ¿Por qué exasperante? Pues porque experimento en carne propia el yugo de la jerarquización más rancia y estúpida.

Ciertamente nunca había trabajado en un lugar que continúe la estela de la tradición más española, nombrando al ingeniero de turno “don”, viendo cómo ocupan los puestos más bajos las mujeres, y ejecutando una serie de órdenes de lo más tontas. Tanto que, a veces, tengo que contener la risa o la sorpresa.

Como primer ejemplo, un día mi Don –que es el jefe de los demás dones y no dones- me pide que llame a la secretaria de otro superDon, para quedar a comer con él en agosto. Lo curioso del caso es que él me llamaba por el móvil teniendo a ese superDon a su lado. Qué excentricidad, pensé. Pero lo hago, porque tampoco me cuesta nada, claro…


Los correos electrónicos que él recibe me los manda a mí para que yo los imprima. ¿Es porque no está conectado a una impresora? Ni mucho menos. De hecho tiene una personal, que la utilizará para imprimir christmas para su familia… Creo que es porque le hace ilusión que alguien le traiga en mano los folios impresos…¿no?

Y luego el correo físico no quiere que se lo dé cerrado, sino abierto. Es que él trabaja duro, y no puede entretenerse en abrir la correspondencia. Por favor, si es un don…

Hay que reservar en un restaurante, y me encanta comprobar cómo se llaman los restaurantes. Son nombres dignos de estos peces gordos que se reúnen para reunirse y que hacen obras de ingeniería importantes, pensando que lo demás es superfluo. Aldaba, Cacique, El telégrafo. Hay enfrente una trattoria que se llama Pinocchio, y la verdad que me resulta imposible imaginarme a mi don pidiéndome una reserva para comer en el Pinocchio. Ya solo por el nombre. Y a lo mejor se come cien veces mejor que en Aldaba, pero bueno, ¿dónde va a parar? No se va a llevar a Florentino Pérez o a la Ministra de Cultura al Pinocchio o al Cricket. ¡Qué vulgaridad! Pues no, se van al Telégrafo, que suena a tradición, a cosas antiguas bien hechas de las que les gustan a ellos; o al Aldaba, que suena a señorial y a castillo; o al Cacique, que… en fin, vamos a dejarlo.

Es un verdadero regalo poder involucrarme en este mundillo totalmente ajeno para mí, lleno de recovecos para indagar y explotar. O bien para escribir un libro, o para idear una película o una serie, o para quedármelo yo a modo de inventario antropológico. Un trabajo más a analizar. Me resulta más que fascinante comprobar desde dentro cómo pasan la vida las personas que veo en el metro con cara de pocos amigos, sin una pizca de ánimo por pasar el tiempo en una oficina triste. Y es que esto es una redundancia: oficia es igual a triste siempre.

Hoy he hablado con un señor amable, que al principio me resultó algo histérico, ya que me exigía unas facturas que yo no tenía y me miraba inquisidor como si yo fuera la culpable de que se hubieran gastado 60.000 euros en lo que va de año. Pues bien, este señor me ha contado –una vez que hemos roto el hielo de los desconocidos- que le quedaban unos pocos meses para jubilarse. Y el brillo en sus ojos me ha hecho pensar que por fin, y después de treinta o cuarenta años él era consciente de que volvía a ser libre. Iba a comprarse unos palos de golf, y a vivir la vida. Se ha pasado toda la vida laboral esperando este momento, de la misma manera que esperaba que llegase el mes de agosto para perder de vista sus facturas. Y es que su trabajo no lo quiero yo ni en pintura; él hace… se dedica a… tiene… que… organizar facturas, para resumir.

Pero es uno más. Un ser que madruga para entregar su alma a una empresa, y una vez que sale de allí vuelve a ser él mismo. Se alquila por dinero. Nunca haría eso si pudiera elegir, o si no tuviese que ganarse la vida, bien porque fuera millonario, bien porque estuviese bajo otra civilización más avanzada e inteligente.

Sigo sin comprender este sistema. ¿Quién lo mantiene? ¿Por qué? ¿A quién le interesa? Y pasan los años, y lo veo todavía peor. No puedo concebir aún que mi vida tenga que ser una entrega incondicional a un trabajo que no me guste por conseguir un dinero que me permita en unas pocas horas libres al día hacer lo que yo quiera. Es que no es posible que mi inocente mente pueda entender que mis propios congéneres de una determinada época inventaron este yugo infernal que te asfixia, te doma y finalmente te abandona a una vejez libre, pero extenuada y sin ganas.

Todos queremos hacer cosas en nuestra juventud; no queremos poder hacerlas cuando nos hayamos jubilado, o cuando llegue agosto, o cuando nos hayamos cogido cuatro días libres de permiso carcelario. Y es que el trabajo es una prisión. No me estoy refiriendo a aquel que le apasiona lo que hace; ya sea químico, delineante o domador de loros en el zoo. Sino a ese trabajo que atañe al 75% de la población, y que es el que nadie quiere hacer; secretaria, contable, administrativo… oficinista en una palabra. Éstos son los verdaderos presos. Un barrendero, un basurero o un soldador es mucho más libre que ellos. Al menos ellos pueden ver la luz del sol, o pueden respirar aire fresco, moverse y conocer más espacios que los oficinistas. Aquél oficinista que entra con veinte años a una empresa y sale con sesenta, para mí ha cumplido una condena voluntaria demasiado larga, demasiado costosa, y que no tiene compensación posible. Cuarenta años dedicados a algo que ni te va ni te viene no tiene nombre como tortura. Es nuestra moral cristiana –como diría Nietzsche- que nos hace reclinarnos ante la pesada carga de la culpa. Nos da tanto pudor ser libres sin sacrificios…

Mundo Perruno

Lo que no puede ser, no puede ser

Hoy me ha lamido la tapadera del taper un perrito. Era un cachorro mediano de esas razas que tanto gustan a los amantes de los perros, del tipo scotex. Y ya van dos veces. Y el mismo perrito. No me parece adecuado que yo quiera comer en un parque para ahorrarme mi cheque-gourmet y para que me dé el aire, y me aborde un perro hambriento que está suelto.

Y le he dicho al dueño que lo llevara atado, que ya iban dos veces y no aprende. Es una barbaridad llevar a un perro atado. Yo me posiciono radicalmente en contra, pero claro, más en contra estoy de tener perro en una ciudad. Si quieres un perro en la urbe, hay que llevarlo atado, y punto.

El dueño, que era un pijo jovencito con un aspecto de los que me desagradan de lejos, me ha puesto la consabida cara de pijo enojado con el mundo y me
ha contestado que a su perro todavía no lo tienen que atar. ¿Cómo que todavía?, he pensado, más que dicho. No por falta de ganas,
sino porque ese displicente niñato se ha marchado apresurado para no tener que aguantar charlas innecesarias que le alejasen de su vida de color rosa y perros scotex.

Todavía, ¿qué significa? Supongo que se referiría a que son los perros mayores los que hay que llevar atados porque son más peligrosos, o más grandes, o algo así. Pero aunque no veo la relación, hay una cosa que está clara. Está prohibido llevar sueltos a los animales. Y punto. Y no es porque te vayan a morder, solamente. Es porque pueden chuparte la tapadera de tu taper, o te pueden lamer un ojo, o se pueden mear en tu pierna. Por ejemplo. Y esto no les entra en la mollera a los dueños perrunos. “No, si no hace nada”. “Pobre, si está más asustado él que tú”. “Si solo quiere jugar”. A lo que yo podría contestar: “Pues lo va a hacer como yo le de un empujón”. “Si no estoy asustado, estoy asqueado”. “Pues yo no; quiero comer tranquilamente, sin que me perturbe ni un solo perro a diez kilómetros”.

Y una vez más siento la vergüenza de mi raza al ver a los pobres perros, ajenos a todo nuestro invento social, en donde ellos están más perdidos todavía que nosotros. No saben cuál es el lugar adecuado para hacer sus evacuaciones; ni diferencian a la persona que quiere jugar con ellos de la que no quiere más que tenerlos bien lejos. Supongo que se preguntarán –los más reflexivos- qué les ha llevado a caer en manos de otra especie que les da protección y a la vez les despoja de la libertad. Y supongo que también, debido a que son un animal inteligente, pensarán que no vale la pena rebelarse sino unirse al enemigo, y seguirle el juego. Peor lo pasan los perros vagabundos, pensarán con resignación.

Los perros caseros de ciudad son sacados, en el mejor de los casos, un par de horas al día para que hagan sus necesidades. Y prácticamente ningún dueño piensa en que el perro, al igual que nosotros, le gustaría salir a otras horas, conocer otros lugares, no tener limitación de tiempo ni de espacio tantas horas al día… Y si a esto unimos que ellos cuentan con un instinto aún mayor que el nuestro, creo que no deben sentirse la especie más afortunada del planeta. ¿Y qué sería de ellos sin nosotros? El mejor amigo del hombre… Eso está muy bien; pero no le hemos preguntado al perro si quiere ser nuestro amigo. Además, los perros salvajes constituirían una raza, paralela al lobo, fieles a su naturaleza y no se habrían mezclado jamás con estos pseudobichos orientales que han producido razas totalmente alejadas del concepto perro.

Y es que hemos generado a lo largo de los siglos un animal que está más cerca del concepto hombre que del resto de los animales. Y por eso, antropocéntricamente nos cae tan bien, como no podía ser de otro modo. Le tenemos en un pedestal y representa la bondad hecha animal. Es un ser vivo que nos quiere de forma incondicional, nos obedece, nos hace gracia, y nunca protesta. Y además no habla. Por eso es la debilidad de tantos dueños humanos pequeños y grandes.

Pero hay que parase a pensar en la desgracia de un perro alejado del campo, que se pasa la mayor parte de su vida encerrado en un décimo piso esperando a que llegue su dueño de trabajar para que le saque con desgana, y luego se duerme soñando en el día siguiente, a eso de las siete, en que le vuelven a sacar a la vida exterior. Eso sí que es una vida de perros, creo yo.

Firma: Una acérrima defensora de los animales


lunes, 16 de junio de 2008

Requiem por "Requiem por un sueño"

Resucitando películas

Por fin vi la ya consagrada y mítica película del raro de Aranofsky, Requiem por un Sueño (2000). Sabía que me iba a encontrar con un film extraño y polémico, del que siempre había oído hablar algo, y con mucho fervor.

Y en mi banal realidad me encontró esta desorbitada película que no te deja respirar desde el principio hasta el final. Y de forma literal. Consigue rodearte un desasosiego tan grande, que hay muchos momentos que se diría que formas parte del sórdido mundo de los personajes, y te arrastran a su vértigo vital.

No quiero contar nada del argumento, porque creo que se puede disfrutar mucho más si no se sabe de qué va la vaina.

Sin embargo, han llegado hasta mí comentarios de los cool-hunters-indis, que hablan de que Requiem por un sueño ya está pasada de moda, que sus recursos se han quedado anticuados, que ya está todo muy visto. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, incluso puede que tengan razón; pero de lo que sí estoy segura es de que esos recursos que tan viejos se han quedado no los he visto plasmados de forma tan magistral en ninguna otra película. Que poquísimas películas logran remover mis entrañas de esta manera -que todavía no me he repuesto-, por no decir casi ninguna.

Desde luego, últimamente, los cerebros de los guionistas están de vacaciones, porque no hay más que ver la cartelera y las películas que se están haciendo. Solo revivals, historias de superhéroes reciclados, y comedietas fáciles yanquis -bueno, esto es de siempre.

Para mí son las películas modernas, las que se estrenan ahora, las que me parecen viejas, rancias, sin imaginación ni esfuerzo, repitiendo moldes hasta el vómito.

Creo que hace mucho mucho tiempo que no veo una película que haga que te retuerzas en el sofá y sufras de placer. Por lo bien hecho que está todo: el montaje, la música hipnótica, las escenas entremezcladas, la sublime interpretación de los actores. Requiem. Sublime Requiem.