En la oficina donde trabajo temporalmente, o temporeramente para ser exactos, se entra a las 8 de la mañana. Son las 10 de la mañana y todavía no se ha puesto a trabajar ni cristo. Somos 70 trabajadores del tipo oficinista, y el pasillo es un hervidero constante de tacones, zapatos y barullo prelaboral. Unos bajan sin prisas a por el correo a recepción, y de paso se quedan a chismorrear con la recepcionista. La mayoría se va a desayunar a una cafetería cercana. Otros, los menos solventes, rodean la máquina de café lamentándose del sueño que tienen; lo mismo de todos los días, más que ayer pero menos que mañana.
Las frases hechas se repiten sin tregua; “ayer me acosté tardísimo”, “hasta que no me tomo el café no soy persona”, “cómo se pasa la semana”, etc, etc. Los coqueteos entre oficinistas machos y hembras, no importa de qué edad y condición, no es nueva. Siempre se produce un flirteo como mínimo por año; es casi obligado, incluso exigido por el resto de los miembros de la empresa dispuestísimos al cotilleo para luchar contra las horas de más tedio.
No es hasta pasadas las 10 cuando se empiezan a colocar en sus puestos de trabajo, se acallan las risas, las voces de sueño, el taconeo del pasillo y el ruido de la máquina de café escupiendo sus productos de plástico. Está claro que no se funciona hasta las 10.30 en que ya se ha olvidado el desayuno de las 8 y podemos centrarnos en el trabajo en sí. ¿Por qué entonces se empeñan desde arriba en hacernos entrar a las 8 de la mañana?
Quizá hay gente que esté encantada en tomar su café con los compañeros del trabajo; pero yo daría mucho por entrar dos horas más tarde; así vendría todo el mundo desayunado y despierto, con más ganas de trabajar, porque yo tengo comprobado que cuanto más he madrugado menos rindo. Esto es un hecho. En España nos acostamos más tarde de las 12 invariablemente, so pena de ser un proscrito. Pues entonces, lo lógico sería empezar a trabajar a las 10. Eso sí, sin perder el tiempo –que también es un deporte nacional-. Minimizar las horas de trabajo a cambio de un rendimiento óptimo, y se podría llegar a la jornada de 6 horas laborales por día.
Jefes del mundo: rendíos a la evidencia de lo obsoleto de la jornada partida y completa. Los países nórdicos van por delante en este tema, y algo se nos tiene que pegar.
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